domingo, 25 de julio de 2010

Julian Opie II





Siguiendo con la exposición clausurada ya por el IVAM del artista británico Julian Opie, debemos señalar, que sus referentes artísticos son también rabiosamente actuales.  El manga japonés, el cine, el dibujo animado, la fotografía, las viñetas de cómics y la caricatura, junto a la estampa japonesa que tanto influyó a los impresionistas en el siglo XIX, conforman los diccionarios formales a partir de los cuales, genera una poética sintética similar a la del Pop Art de colores planos y siluetas bien definidas.
            Su objetivo es dar la vuelta a la Historia del Arte occidental por medio de una subversión radical de la tradición retratística que antaño servía para identificar a individuos y familiarizarnos con ellos. Ahora las efigies o bustos ya no solo no tiene esta finalidad, sino que producen una cierta extrañeza. Opie realiza retratos de personajes anónimos y cotidianos, (algunos de ellos proceden de su entorno) que reflejan ese individualismo e independencia característico de nuestras sociedades mostrándolos en la indefinición, en lo genérico y lo transferible, eliminado cualquier rasgo que permita saber de los retratados, convirtiéndolos en arquetipos de individuos de nuestras sociedades e invitando al distanciamiento a la vez que a la necesidad de saber, quienes son los retratados.
 En este contexto, debemos entender las siluetas negras de individuos, que en animada conversación se "integran" en las grandes paredes de cristal de la sala expositiva a la vez que en el paisaje urbano exterior y cuya opacidad nos deja en la incógnita. Lo desconocemos todo de ellos. No sabemos su identidad, el carácter de esa comunicación, sus roles sociales, su profesión, qué relación hay entre ellos, etc. Apreciaciones, que deberán ser construidas por el visitante si le apetece dialogar con ellos o, puede por el contrario dejarlos en el anonimato y la despersonalización.
En el caso de que el visitante construya la identidad de los representados, sería una buena metáfora de cómo el entorno urbano, las relaciones sociales que se establecen en él, solamente sugieren. Pues el conocimiento profundo es compartido, es construido por el observador, el sujeto propositivo que atribuye sentido a las acciones de los otros, a partir de indicios y formas sugerentes, simples y ambivalentes.
Esta elementalidad arquetípica con que Opie hace retratos inexpresivos, constituye un lenguaje que se revela incapaz de comunicar la identidad de los retratados. No sabemos quienes son, qué relación jerárquica o familiar hay entre ellos, tampoco podemos conocer su estado anímico. Solamente sabemos que son rostros masculinos y femeninos de los que desconocemos casi todo. Pues, es en las verdaderas relaciones, donde las identidades se construyen, ya que solo cuando atribuimos significado, cuando categorizamos, nos integramos y adquirimos identidad en el grupo. El artista así, nos invita a dialogar con su obra, a dotarle de identidad o significado, al igual que hacemos en las relaciones sociales.
Pero ¿se puede tener identidad propia siendo iguales? Es decir, se puede ser diferente, individual, tener identidad propia en un contexto que potencia la homogeneidad?
Opie nos propone un mensaje ético lúdico y positivo, ya que se puede tener identidad en la homogeneidad, que dentro de un mundo simbólico que impulsa a la homogeneidad, puede tener cabida la diversidad. Pues basta con subvertir los iconos socialmente compartidos para que estos adquieran nuevos significados.
Sin embargo, su obra no puede hacer más que sugerir esa heterogeneidad, sus formas son demasiado simples, esquemáticas y demasiado limitadas para poder explicar un mundo complejo, por lo que su planteamiento inicial debería considerarse falso. Subvirtiendo la iconografía social, no se logra lo heterogéneo, sino solo una nueva serie de elementos iguales entre sí dentro de nuevas categorías, por tanto, su obra quedaría limitada a una riqueza formal, familiar para el visitante, atractivo objeto de consumo para el consumidor.    
La propuesta de Opie es por tanto en esencia, una celebración conservadora de esa homogeneidad con la que juega a subvertir su sentido original haciendo diverso lo homogéneo, ya que es la propia carencia de detalle, de emocionalidad en su obra, la que permite la construcción del juego identitario, la que señala la posibilidad de una entidad individual que debe ser intuida dentro de un contexto uniforme. 

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