domingo, 8 de enero de 2012

Sherlock Holmes: Juego de Sombras


     La película Sherlock Holmes: Juego de sombras, de Guy Ritchie (2011) pertenece a ese grupo de películas del cine posmoderno que sin pretensiones de verdad, intenta hacer pasar un buen rato a través de una gran carga de realismo apoyada por un magnífico diseño de producción.
     La última entrega de la saga estrenada en nuestro país el pasado 5 de enero, continúa utilizando, como no podía ser de otra manera, la misma exitosa fórmula de la primera contando con la complicidad y la participación del gran público a través de tres resortes fundamentales.
     A saber, la química conseguida por los dos actores principales, Robert Downey Jr. (Sherlock Holmes) y Jude Law (Dr. Watson) similar a la conseguida por Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino, de George Roy Hill, (1969) de la que resuenan pinceladas; la no ocultación de la ficción, la certidumbre de estar viendo una representación pero ahora con un Scherlock Holmes más bufón, un comediante que no duda en travestirse y maquillarse para evidenciar que estamos ante una comedia y donde el cine se muestra como es, como una farsa donde las citas cinematográficas conocidas por el gran público se hacen explícitas (Dos mulas y una mujer, Don Siegel, 1970). El tercer y gran recurso de esta recién iniciada saga, es la nostálgica recuperación de un pasado evocado como un mundo nuevo de similares características al actual. En él la tecnología y el progreso parecen anunciar un mundo joven y mejor que merece ser vivido, presagiando a la vez, las crisis europeas y el difícil futuro al que el viejo continente se enfrenta. Con estos tres ingredientes, los personajes que indudablemente representan al bien, se enfrentan con optimismo juvenil y vencen al mal representado por los tiburones de las finanzas y las economías basadas en la industria de la guerra, grave y duradero conflicto cuya complejidad y cuyo desafío anuncia una tercera entrega.
     Por otro lado, la película mantiene algunos de los aciertos de la primera y ahonda en errores nuevos. Entre los aciertos está la utilización de la misma banda sonora, seña de identidad de la saga, el uso de la tensión entre los dos protagonistas, la visión de una inteligencia en Holmes que no se basa en la mecánica de la lógica deductiva, sino más bien en la concatenación de causas y efectos que revelan una intuición excepcional, muy cercana a la visión romántica de la enfermedad mental como fuente de genialidad.
     La visualización del procesamiento cognitivo de la información (otra seña de identidad de esta saga que todos los espectadores esperan ver), y que anticipa las acciones de Holmes, resulta reiterativa y previsible. La Razón aquí, no es un privilegio del personaje como en las versiones antiguas, sino un signo distintivo que provoca la inadaptación y singulariza al que lo padece. La crisis de la Razón y del positivismo científico actual, no permiten ver el método hipotético deductivo que hizo famoso a este personaje en las antiguas versiones como una cualidad positiva, no permite hacer lecturas positivas del proceso de prever el futuro a través de la razón humana (pero tampoco a través de la lectura de la cartomancia), siendo preferible en este Holmes posmoderno, que su especial capacidad se derive de la intuición y de su especial personalidad.
     Las antiguas adaptaciones del famoso detective, cuyas lecturas estaban relacionas con las drogas, la misoginia o los problemas familiares (La vida privda de Sherlock Holmes, Billy Wilder, 1970) aparecen aquí solo insinuadas y como producto coherente de una personalidad asocial y maniaco depresiva, que en base a su contexto cinematográfico cristaliza como la fuente de esa especial idiosincrasia del héroe posmoderno, transformado en artista, cómico, científico peculiar, gran observador con el fin de facilitar la identificación de manera similar al héroe clásico.
     La película es una mezcla de géneros, comedia, western, policiaco, suspense y aventuras por donde Holmes transita disfrazado burdamente para que se vea la pantomima, el personaje se mueve por diferentes decorados adoptando, como el individuo contemporáneo, diferentes identidades. En la ópera de Don Giovanni de Mozart o en el mundo de nómadas de los gitanos, el sucio, romántico y asocial Holmes está en su salsa porque nada es lo que parece.
     La carga homoerótica que se deduce de la relación de ambos protagonistas en las novelas de Conan Doyle, queda aquí diluida gracias a la relación heterosexual de Watson, cuya pareja (Geraldine James) aparece y desaparece convenientemente, junto a la humorística aparición de Stephen Fry como hermano de Sherlock Holmes (para recordarnos quién es el homosexual) alejando así la película de cualquier identificación con el cine homoerotico y ridiculizar la pretendida homosexualidad de los personajes protagonistas y deja claro que no existe más que una buena amistad entre los dos hombres, aunque vaya en detrimento de la profundidad del personaje de la novia de Watson que queda reducida a lo testimonial.
     En la parte negativa de esta nueva entrega del famoso detective está la soporífera trama encorsetada en un montaje excesivamente mecánico a lo James Bond, donde los diálogos van seguidos de acciones gratuitas y previsibles en la mayor parte de los casos, que sin embargo no acaban de arruinar la película. El propio profesor Moriarty podría pasar por uno de los arquetipos de malvado de la saga jamesbondiana, y las veladas alusiones a la trama de Operación Trueno de Terence Young, 1965 con el asunto de las operaciones faciales, indican que la película está pensada como mero entretenimiento.
     En cualquier caso, lo más interesante de esta segunda entrega sigue siendo el magnífico diseño de producción que consigue recrear la época victoriana durante el reinado de Jorge V y la transición del siglo XIX al XX marcada por los efectos de la Revolución Industrial (el año concreto es 1891), cuyos espacios son igualmente familiares para el actual gran público, ya que se ha buscado en realidad la mayor concordancia con la transición del XX al XXI, e inspiran la presencia de un mundo en el que no estuvimos pero que habitamos y sentimos extrañamente familiar. El pasado como metáfora del presente funciona a la perfección subrayando con ello, la validez de esa nostalgia posmoderna para rescribir los viejos mitos de un cine basado en la literatura popular, consiguiendo la identificación y participación del espectador sin renunciar al cine de espectáculo.
 Al igual que la entrega anterior, se trata de un cine maduro y bien documentado cuya envoltura histórica sostiene eficazmente la trama aunque decae en las escasas ocasiones en las que estas referencias históricas desaparecen. Se trata de un entorno decimonónico que sirvió para explicar de dónde surgían personajes como Holmes y Watson, a través de un Londres victoriano tan bien recreado, que era un personaje en sí mismo. Mientras que en la recién estrenada, el entorno aparece como un decorado, un elementos estético más al servicio del espectáculo que enriquece las escenas, pero resta profundidad a los personajes conocidos ya por los seguidores de la saga. Su director Guy Ritchie da un paso más hacia la espectacularización con dudosos resultados para atraer a un público masivo, aguando las expectativas de aquellos a los que nos hubiera gustado conocer más a fondo a los Holmes y Watson posmodernos que tan bien abocetados quedaron en la primera entrega.

Director: Guy Ritchie
Fecha de estreno en España: 5 enero 2012.
Estados Unidos.









2 comentarios:

  1. Estupenda reseña, mariluz. ¡Tendré que ir a verla! Besazos.

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  2. Me gusta mucho Sherlock Holmes juego de sombras, es una película muy buena y sobre todo entretenida, principalmente por la actuación de Robert Downey Jr, pues le da unos toques de comedia muy divertidos.

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